Puedo
llegar a decir que las palabras tienen carácter evasivo en determinados
momentos del día o en determinados lugares. Se van, huyen como ratas, se creen
que son agua y pasan entre mis dedos. Entonces me quedo así, como un boludo
frente a la hoja. Fijo mi atención en la lengua. Con la puntita me toco el filo
de los dos dientes incisivos centrales superiores, los primeros que ves cuando
chanto una sonrisa. Descubro en esos momentos que nunca cierro la boca por
completo – en sentido literal, no figurado – y entonces intento medir la
distancia que dejo entre los dientes superiores y los inferiores. Todavía ni
rastro de qué palabra es la que estoy buscando. Entonces apoyo la lengua en el
paladar. Presiono un poquito hacia arriba y respiro profundo ¿Qué es lo que
pasa en mi cabeza exactamente cuándo sé qué necesito una palabra determinada –
LA palabra – pero no la puedo recordar?
Sé
que es la sensación de una melodía, como cuando intentas recordar una canción y
la empezás a tararear hasta que sale la letra, como pegada a la melodía por arte de magia. Sé
que tiene algo específico en la forma. Es una palabra de tal tamaño, una
palabra que siempre me costó decir porque esas letras que tiene, esos sonidos
tan molestos. Puedo describir la palabra pero no la puedo decir.
No
creas que siempre pienso en las palabras. Me pasa sólo a veces, de vez en
cuando. Generalmente, cuando tengo que ponerme a escribir (algo que no pasa muy
seguido). Creo que escribo tan esporádicamente, que cuando lo hago me gusta usar
palabras divertidas, que en otros momentos no puedo usar o ni me acuerdo de
hacerlo. “A menudo” es una linda frase, por ejemplo. O una de mis últimas
obsesiones – para la que, tengo que admitir, busco ocasiones especiales – es una
palabra que escuche y me obnubiló: TAPETE. Me parece tan divertida, alegre y
limpia. No sé si es muy cuerdo hablar sobre las palabras y asígnale cualidades
como “limpia”. A veces me pregunto si no me estaré volviendo un poco gil.
Igualmente, como sé que no lo vas a hacer público lo dejo así.
Hoy
me acordaba de una foto que vi, donde había un cartel verde de tránsito que
decía “CIUDAD ATLÁNTICA”. Obviamente, era de Punta Alta y era un error atroz de
rebautismo para CIUDAD ATLÁNTIDA. A veces creo que tengo que escribir mis
memorias[1].
Pero después que lo pienso un rato, llego a la conclusión de que tendría varios
problemas. Uno de ellos es que vos ocuparías demasiadas páginas y – si quisiera
hacer memorias tratando de mantener relación entre tiempo cronológico y páginas
– ahí habría un gran problema verosimilitud. Aunque también puede ser una
reflexión filosófica sobre la materialidad del tiempo, o una obra experimental
sobre las superposiciones de tiempo dentro de una misma vida – como, por
ejemplo, cuando recuerdo y estoy en este tiempo que se vuelve pasado pero a la
vez es parte de un momento del recuerdo pero ese recuerdo no es más que una
sombra de lo que percibí en el pasado de un tiempo más pasado y de cómo hoy
vuelvo a leer esa percepción por lo que mi recuerdo se vuelve más irreal que el
manifiesto surrealista[2] –
o algún chamuyo así por el estilo. Otra
razón podría ser que no sé cuánto de verdad hay en lo que recuerdo de mi pasado,
no es una cosa posmodernista loca-loca, es de verdad. Simplemente, me pasa que cuando pienso
en el tiempo, me cuesta reconocer los avances y retrocesos del mismo como si
fuera una línea recta hacia el futuro.
A veces, creo que el tiempo es como un colchón que se puede alargar o achicar,
y que los tiempos se superponen todo el tiempo unos con otros. Por momentos, no
pienso en el tiempo y siento que puedo quedarme pensando – o no – hasta que me
canse. Pero en otros momentos, me da tanto frenesí, como si supiera que estoy
por llegar al final del camino y falta poco y quiero correr y [3]… Además
de esas dos razones, que son las únicas que me acuerdo, el problema fundamental
es que tengo poca memoria y mucha paja como para sentarme a escribir detalles.
Si tuviera que hacerlo a la perfección, estaría corrigiéndome de forma constante,
hasta que en un momento me cansaría y empezaría a mentir descaradamente[4].
Creo
que el verdadero problema es descubrir que estoy en un momento en el que ya
puedo decir que tengo historias para contar. Ya tengo un pasado del que soy consciente y esa es la
gran diferencia con la adolescencia. Antes todo era futuro, ahora tengo algo
atrás. Un poquito, pero está ahí. Como esas palabras que a veces no puedo
recordarlas pero puedo sentirlas en el paladar, puedo sentir su ruidito si
escucho a mi cerebro y miro con los ojos para arriba. Puedo tocarlas[5].
Cnel. Jack Baoubie
[1]
En realidad, es un pensamiento que te robé a vos.
[2]
Perdón, tengo problemas para seguir un hilo coherente de narración. Volvamos al
texto.
[3]
Bueno, todas esas cosas que ud. ya sabe. No quiero ser materia dispuesta para
cualquier religioso que ande suelto y me quiera empezar a hablar de dios y de
la vida eterna. "No pensar", como decía la abuela mientras tomaba sus mates en la
vereda.
[4]
Es lo que hago habitualmente. Muchas veces invento anécdotas o sueños que, en
realidad, son cosas que me parecieron interesantes y me hubiese gustado que
sean reales. Si las nombro como reales se vuelven realidad ¿verdad?
[5]
En realidad, eso es mentira. Por otro lado, todavía no entiendo la relación
entre las palabras y las cosas. Hoy me descargue un PDF de Foucault, capaz que
algún día lo leo.