“Ven
de prisa, sí, en mi auxilio,
oh
Jehová, mi salvación.
Al
director de Jedutún.
Melodía
de David.”
(Salmos 38:22)
El primer libro que aprendí a leer fue la Biblia. Mamá
se sentaba todas las noches, cuando era bien pibe, en el borde de mi cama. Yo
me tapaba con las frazadas hasta la nariz y desde ahí escuchaba el cuento.
Había un libro que me regalaron, Mi libro
de historias bíblicas, ese me leían. Antes pensaba que la literatura era
todo eso que me decían que era. Tipos que se hacen llamar escritores y que
pasan sus vidas, o parte de ellas, escribiendo y pensando en nosotros los
simples mortales. Claramente, no tuve padres cultos que me leyeran Las mil y una noches o algún super
copado libro de los más Clásicos Mundiales. Mamá me leía historias de la
biblia.
En el barrio a veces se me reían, porque salía vestido
con trajecito. Era un pibito de barrio que vivía en una casillita a penas con
techo pero que se vestía con traje y corbata. Ya desde chico fui una paradoja.
La gente pobre no puede hacer determinadas cosas pienso hoy en día. A veces me
dicen que no soy pobre porque hablo bien o porque digo cosas supuestamente
interesantes[1].
Los pobres no podemos hablar bien. Los pobres estamos obligados a dar lástima.
Muy pocas veces me sentí mal por ser pobre. Yo me re divertía de pibe y no me
molestaba no tener plata, el único inconveniente era la comida pero todo
siempre tiene solución.
En el barrio yo ya sabía todo. Hoy lo único que hago
es recordar esas cosas solamente. Volver atrás. Un espiral. Ir para “adelante”
siempre implica volver para atrás, revisar, recordar, reescribir. De pibe
quería ser muchas cosas, me parece. Hoy más o menos sigo igual. Es divertido
saber que el mundo no es una línea y que yo no soy el centro. Todo lo que puedo
pensar hoy en día (por más que sea leyendo a cientos de pensadores interesantísimos
y super elevados espiritual y cognoscitivamente) siempre me remite a ese pibito
que solía andar en patas por las calles de La Nueva Bahia Blanca. No me gustaba
lavarme la cara cuando me levantaba a la mañana. Creo que muy pocas veces me
lavaba los dientes. Se podía decir que era un pibe hipie de nacimiento. Después
aprendí las costumbres de aseo físico.
Perdón, mi queridísima, si me voy tema. Suelo ser muy
fluctuante en determinadas oportunidades. Mucho más cuando pienso en el barrio.
El pibito de traje salía salir de mañana a predicar la palabra de Jehová a las personas[2].
Yo tenía una misión. El fin del mundo estaba cerca. Entonces, tenía que ir y decirles
a las personas que se hagan buenas porque si no dios las iba a arrancar de la
tierra como se arrancan las plantitas de un jardín, de raíz. Tenía que leer la
biblia para salvarme. Tenía que leer para salvarme. Tenía que leer. Las cosas
no cambiaron tanto si te ponés a pensar.
Obviamente, mi queridísima, que hoy en día soy un puto
ateo. Pero no me imagino una infancia más linda que la que tuve. Habría que
definir qué es lo que uno cree que es lindo. Pero en este momento no me
interesan las reflexiones filosóficas sobre el mundo. Lo que sé es que el mundo
está y ya. Eso se lo dejo a los escritores y poetas. Yo sólo me acuerdo de
algunas cositas. También me acuerdo de mi familia. Pero eso capaz que te lo
cuento otra vez. Mi barrio, mañana te cuento qué onda con mi barrio.
[1]
Es verdad que una persona mágica me dijo que la pobreza no es no tener plata,
la pobreza es otra cosa más fea. “vos no sos pobre porque estás lleno de magia”,
me dijo (o algo así más o menos). Pero acá me refieron al termino básico de
pobre = persona sin plata.
[2]
Una vez un señor me dijo que la Biblia
no era el libro más importante de la humanidad, que el libro más importante era
El Quijote, de Cervantes. En ese momento, me pareció un gil. Hoy pienso que es
un pelotudo ese señor.