sábado, 6 de julio de 2013

Juegos de barrio



En el barrio jugábamos hasta que se escondía el sol. Jugábamos a las escondidas con lxs chicxs de la cuadra. A veces venían de otras cuadras, cuando algunxs se iban haciendo grandes. En la cuadra lxs pibxs siempre se renovaban. La canchita de un día para otro desapareció por completo. Ahora es puros yuyos crecidos rodeados por un alambrado. Las palabras no pueden volver el tiempo atrás, sólo son una inconsistencia líquida que nos tranquilizan haciéndonos creer que podemos volver a esos momentos. La canchita está rodeada de alambrados y ya. La realidad es la única verdad, ponele.
Volver es una palabra muy grande y voluminosa. Es un concepto barroco un tanto irreal ¿Adónde volvemos? Antes en el barrio, los señores y las señoras se sentaban en la vereda a tomar mates. La María ponía cumbia a todo volumen mientras los hijos hacían un asadito medio pobretón. Algunas veces jugábamos a la pelota en la calle llena de arena. Corríamos hacia las veredas (también de arena) cuando pasaba un auto, muy de vez en cuando, y volvíamos a jugar cuando terminaba de pasar. Eso pasaba los domingos o los sábados. En la semana todos íbamos a la escuela. Esa era otra rutina distinta.
En verano nos quedábamos en el paredón del Ezequiel contando historias de miedo. Historias que le escuchábamos a los grandes, sobre diablos, fantasmas o apariciones. Mi mamá venía de Mendoza y había vivido en el campo. Mi papá venía de Entre Ríos y también había vivido en el campo. La Natalí y la Chivi traían historias de Salta (la María era salteña y hacía unas empanadas re zarpadas, también tenía un kiosquito). El Ale y el Cristian no creían en dios, eran ateos. Tampoco creían en fantasmas supuestamente. Pero creían en Papá Noel, que era más o menos lo mismo. El Ale era el peor de todos, siempre se burlaba de mí porque creía en dios. Después me hice puto y dejé de creer en esas cosas. Pero en el barrio jugaba a la pelota con lxs chicxs. La Natali nos ganaba a todxs porque era la más grandota. Eramos todos pobres pero algunos se creían más importantes. Siempre cuando preguntábamos qué habíamos almorzado todxs mentíamos, para que no se nos burlen. Yo comía en el comedor del cole. Al principio me daba asco. Nunca me gustó ver comer a otras personas. Siempre fantaseaba con que tenía los modales del principado de Viena. Cuando agarraba el tenedor levantaba el dedo meñique. Por eso me pegaban, por puto. Además de todo, nos divertíamos mucho en el barrio. Rodábamos por los médanos y las cabezas se nos llenaban de tierra.

A veces jugábamos a ser grandes. Después fuimos grandes de verdad y dejamos de jugar. Hoy me crucé con la Rusa. La saludé a lo lejos con la mano. Creo que se casó. Pensé en invitarla a jugar a la guerra mundial pero creo que estaba apurada.